SANTA MARÍA EUFRASIA

Rosa Virginia Pelletier nació el 31 de julio de 1796 en Noirmutier, una pequeña isla al Oeste de Francia, donde se vivía un época de luchas religiosas muy fuertes.   Fue la octava de nueve hermanos. Julián, su padre, fue médico y su madre, Ana, fue hija de un médico; uno y otro católico convencido y  tradicionalista.

Por el ambiente de guerra que le rodeó, le administraron el bautismo en secreto. Luego su madre contrató una maestra particular para su educación.  Le fue duro perder a su hermana como a su padre.  Por eso viajó a Tours para estudiar en un internado.  En este sitio, Pauline Lignac, fue quien influyó en su crecimiento humano y cristiano. A sus dieciséis años perdió a su hermano y a su madre; otra experiencia difícil para su vida.

Junto con sus compañeras, Rosa Virginia, conoció “El Refugio”.  Se trataba de una obra dirigida por las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, quienes fueron fundadas en 1641 por el Padre Juan Eudes.  Con esta obra el fundador quiso que muchas mujeres perdidas en la prostitución experimentasen el amor de Dios.

Las experiencias en El Refugio coincidieron con las aspiraciones de Rosa Virginia.  Con permiso del tutor y consentimiento de la familia, el 20 de octubre de 1814, Rosa Virginia ingresó a la Comunidad de Nuestra Señora de la Caridad. 

Tomó el nombre de Eufrasia.  Se desempeñó en la catequesis, en la limpieza y el resto del tiempo lo empleó en la lectura de las Sagradas Escrituras.  Llegó su profesión religiosa, hizo con el alma los tres votos clásicos de pobreza, obediencia y castidad, unidos al cuarto voto genuino de la congregación: “el de consagrarse a la salvación de las almas”.  Pero al pronunciar el cuarto voto sitió cómo la misericordia predicada por San Juan Eudes fue el argumento de su vida religiosa.

Lo más sorprendente fue su nombramiento de superiora a solo 29 años edad.  Fue una situación difícil, mas sus hermanas le ayudaron a aceptar y se preocupó por conducirlas al misterio de Dios. Vio cómo muchas jóvenes no se consagraban por la condicionante de su pasado oscuro y lleno de pecado.  Entonces, tomó las reglas de Santa Teresa y el hábito de las Carmelitas y con doce jóvenes formó la primera comunidad de las “Magdalenas”.

Pasó el tiempo y la casa de Tours era llena de vida y se sentía un ardor que deseaba propagarse por todo el mundo.  La solución eran nuevas fundaciones, pero todos se opusieron.  Sin embargo, María Eufrasia viajó a Angers y con la ayuda del conde de Neuville abrió una nueva casa el 31 de julio de 1829, en lo que fue una fábrica con el nombre de “Buen Pastor”.

El Conde de Neuville pensó que era necesaria una estructura nueva, ya que la casa de la comunidad de María Eufrasia era muy pequeña; entonces le ayudó a construir una casa más grande.   En 1833 ya eran 58 novicias.  A partir de ello, María Eufrasia, ideó el “Generalato”.  De esta forma Angers fue el lazo de seguridad que las mantendría unidas cuando se dispersasen por cualquier parte del mundo.  Ahí fue el único noviciado. 

Esto trajo protestas del Vaticano.  Pero la obra creció por toda Francia.  Por eso María Eufrasia expresó: “En realidad, yo no tenía riquezas, ni talento, ni nada de lo que atrae exteriormente; lo único que tenía era amor a las personas y las amé con todas mis fuerzas”. En 1835 el cardenal Odescalchi le remitió la noticia de la Aprobación del Generalato.  Desde ese momento la comunidad se llamó Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor de Angers.

En los 38 años siguientes trabajó sin descanso en Angers, para responder a las demandas llegadas de todo el mundo. En 1851 se celebró el Capítulo General con delegadas de 47 casas.  Aquí María Eufrasia fue reelegida General.  Para ese tiempo su salud se fue resquebrajando, a veces no podía ni caminar, pero recibir la eucaristía le daba vida, luz, fuerza y valor para continuar con su misión.

Llegó un momento en el que se sintió muy mal, por eso pidió le administrasen los últimos sacramentos.  Recibió la eucaristía, renovó sus votos y pidió perdón a la comunidad y a cada una en particular por las penas y el mal ejemplo que pudo dar.  Expresó perdón también a quienes le ofendieron.  

A las hermanas que le rodearon las despidió consciente: “os ruego que viváis siempre unidas.  Si nace entre vosotras alguna divergencia, compadeceos, perdonaos mutuamente.  Amad mucho al Instituto, prometedme que lo sostendréis siempre; no temáis, yo me voy a Dios, pero desde allí os ayudaré más que en la tierra..., sobre todo, permaneced unidas al papa y al cardenal Protector.  Es verdad que por mi adhesión a Roma he tenido que sufrir, pero muero feliz por haberle sido fiel... Cuidad con esmero de las jóvenes y de nuestras niñas”.

El día de Pascua dijo: “Nuestro Señor ha resucitado y yo estoy todavía en el Calvario.  Cúmplase su Santa Voluntad”.  El 24 de abril de 1868, a las 6 de la tarde, María Eufrasia, se fundió en un abrazo con la eternidad.

Sus palabras:

·         “Mis queridas hijas, os dejo como mi testamento el amor a la cruz y el celo por la salvación de las almas”.
·         “ Si os amáis siempre y os ayudáis mutuamente, podréis realizar maravillas”.
·         “Dos cosas son esencialmente necesarias, amadas hijas: el espíritu interior y el amor al sufrimiento”.
·         “De mí no quiero que se diga en adelante que soy francesa... soy de todos los países donde hay almas que salvar”.

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